Espacio de distensión



Sora, municipio escondido, rodeado de lugares casi mágicos, como Villa de Leyva, San Pedro de Iguaque, Ráquira y Samacá; todos estos cargados de ruanas, de cielos negros y estrellados, de amaneceres helados y de guitarras heredadas. Allì se enamoraron Efigenia y Joselín, los bisabuelos que empezaron esta historia laaarga de la hoy hago parte.

Efigenia era una mujer cordial e inteligente. Pero más allá de esto, Efigenia era amor. Su tiempo transcurría entre abrazos para sus hijos, el cuidado de plantas cargadas de flores -azaleas, amapolas y otras cuantas por mi recordadas pero desconocidas-, e ingredientes para preparar toda clase de amasijos caseros, como los envueltos que colgaba con una soga del techo de la casa, para que nadie los comiera antes de tiempo.

Su esposo, mi bisabuelo, era Joselín Reyes, un lector empedernido, amante de la política y el trabajo duro para lograr una vida tranquila. Nacido en el año 1900, Joselín fue la base de la familia durante casi un siglo, sobretodo luego de la muerte de Efigenia en los años 70, cuando debió aprender a vivir con el apoyo de sus ocho hijos, quienes ya eran hombres de universidad y mujeres que rompían la tradición de ser amas de casa, para llevar sus vidas y hogares con principios ampliamente liberales.

Ellos fueron el inicio de muchas pequeñas familias más, que hoy ya alcanzan cinco generaciones,que siguen visitando los mismos lugares, caminando por las mismas montañas, mirando el mismo albúm familia a blanco y negro en un intento por descifrar quien es cada quien, prefiriendo el mismo chocolate con pan para las onces y buscando estar juntos, a pesar de las revueltas que a veces da la vida para dejarnos solos y patas arriba.

Sora es ahora el punto de encuentro, la zona para olvidar los rencores, formar nuevos recuerdos y el espacio donde pareciera que se vuelve a empezar...

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