Brasil I.

A mi cintura de colibrí, mi mamá,
por demostrarme una vez más que
sólo es querer con fuerza
para que sea es posible .



Llegar a Río de Janeiro, un pedacito del inmenso Brasil, es llenar los sentidos de mar, sabores, colores, olores, ritmos y sonidos, es vestirse de aguamarina y salir a batallar.




Con el viaje perdí el norte que parecía empezar a establecer y se ha empezado a formar otro nuevo, no sé si sea el correcto, el mejor o el más arriesgado. Pero es nuevo y me gusta más.

Y bueno, también perdí, tristemente y a la fuerza, las imágenes que guardaban el recorrido que en comidas, lugares y personas*.

Esta vez, ojalá la primera de muchas, a cambio de la playa, se impuso su faceta de ciudad extensa y ajena, ordenada e insegura, de la cual habría querido hacer un recorrido gráfico detallado y completo, pero es claro que esta vez no se logró. Sin embargo, intentaré acomodar algunos retazos de lo que es pasar por allí.



*Mi cámara fotográfica fue robada por un niño brasilero de no más de 12 años, llevándose con ella mis recuerdos de un Río de Janeiro deliciosamente recorrido en pocos días.


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