De las costumbres patrias

Cinco colombianas se reúnen en las incómodas sillas de espera en el consulado de Colombia en New York. Mientras se examinan sin disimulo sus apariencias, hablan de sus procedencias, las vidas que dejaron en Colombia y las recomendaciones para hacer las vueltas legales que hoy las congregan por casualidad.

La reunión entre ellas sigue al tiempo que aumenta la fila de personas para ser atendidas y, con pesar, se evidencia una vez más el pésimo servicio de las instituciones gubernamentales, aún en esta parte de la tierra donde la necesidad principal de todo el que llega parece ser la rápidez.

Ante la espera, los de la fila buscan distracción y comienzan a relacionarse entre sí y también se cuentan sus penas legales. Ya casi se completa una hora de espera.

De repente sale un empleado con el "aire agrandado" que poseen la mayoría de funcionarios públicos y saluda amablemente a todos los que esperan ser mal atendidos. El personaje ofrece la mano a muchos y golpea la espalda de otros, transmitiendo el respaldo del gobierno nacional a los colombianos en el exterior.

Minutos después una barranquillera vieja que lideraba la charla del grupo de mujeres llega a su punto máximo de tedio y se separa de éstas para entretener con sus anécdotas atlánticas a los hombres de la fila. Todos ríen hasta que ella es atendida.

Es medio día y el hambre desata malos genios y estrés. Entonces los funcionarios duplican su ritmo de trabajo y poco a poco van saliendo de la comunidad paisa que invade el sitio, los dos o tres costeños que se destacan por su gritería y los tímidos bogotanos, que casi no se perciben. Como en cualquier otra situación de mal servicio público, nunca nadie protestó. Nada iba a cambiar.

Me atendieron y me fuí a almorzar.

Comentarios

Unknown dijo…
es triste que acá todo termine funcionando así, cuando es muy fácil hacer las cosas bien y en orden.
Anónimo dijo…
NO ES FÁCIL

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