Desempolvando los derechos humanos

El asesinato de jóvenes desaparecidos en Soacha por parte del ejército colombiano para luego hacerlos parecer como caídos en combate, condujo a la destitución de oficiales y generales de la institución. Sin embargo, la situación se vuelve más preocupante, de lo que ya es, cuando se observa que altas esferas del gobierno siguen tranquilas y campantes ante esta grave violación a los derechos humanos. Tanto el presidente como el ministro de caso optan por mostrar una extraña calma y comportarse como padres cómplices que sólo se atreven a dar suaves reprimendas y jalones de orejas a sus hijos más indisciplinados, cuando lo que hay de fondo es un monstruoso problema social.

Más allá de esto, la violación a los derechos humanos se convirtió en un hecho tan diario como aceptable en Colombia, reforzado luego de que el mismo presidente Uribe anunciará hace un par de semanas que Human Rights Watch y Amnistía Internacional "no nos tienen que enseñar a nosotros de derechos humanos ni de convicciones cristianas o democráticas" al tiempo que "no son nuestros profesores".

Quizá ya el término "derechos" esté tan manoseado e irrespetado que le anula el sentido completo a su significado, pero debe quedar claro que todavía existe esa posibilidad de que como dueños de nuestra naturaleza humana y nuestra libertad reclamemos lo que nos corresponde, empezando por la posibilidad de tener vida.

Por eso, hoy más que nunca se hace urgente lo que propone el diario el Espectador en su editorial: "tomar acciones contundentes por esta flagrante violación de los derechos humanos es un hecho encomiable que comprueba que el Gobierno acepta que, más allá de unas “manzanas podridas”, la lucha contra la guerrilla terminó por impregnar la política de Seguridad Democrática de una serie de prácticas que, aun en guerra, ningún Estado realmente democrático se puede permitir". (Editorial El Espectador, 5 de noviembre de 2008.)

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