Enero

No se han terminado mis vacaciones en Colombia y ya estoy extrañando este tiempo en mi país. Llevo un mes y unos días llenándome de abrazos largos, almuerzos acompañados de charlas, paseos familiares, paisajes montañosos, pasos del invierno al verano en menos de un par de horas, comidas preparadas despaciosa y amorosamente y jugos de fruta real.

Claro que también hay cosas que duelen y se van colando en la almohada hasta endurecerla y no dejar dormir: los desplazados en los semáforos, el papá desesperado vendiendo varitas de incienso para darle de comer a su hijo, el convivir con el hecho de que es más fácil la tarea de quitarle al otro antes que trabajar y las lecciones diaria para volvernos insensibles, indiferentes y más rápidos que el otro.

Sin embargo, todo lo que se vive da pie para pensar en lo ideal para este país, las cosas pendientes por hacer, el granito de arena que podría ayudar un poco; no importa que ahora sólo sean planes que parezcan derrumbarse fácilmente, con suerte habrá más de uno que llegará a ver la luz.

Por ahora la tarea es viajar de vuelta al gigante país del norte que ahora es mi casa, con la idea de seguir aprendiendo, aún cuando se llegue necesitar cierto tiempo para la adaptación. El simple hecho de tomar un avión y llegar a otra realidad es una de las cosas que todavía me trastornan, como leí en un ibro de Gabriel García Márquez: "el avión se parece a un milagro, pero va tan rápido que una llega con el cuerpo solo y anda como dos o tres días como una sonámbula, hasta que llega el alma atrasada".

Esta vez no sé cuánto tiempo se demore mi alma en llegar otra vez a Nueva York, quizá para ella sea más difícil desprenderse de todo lo que tiene acá, mientras mi cuerpo ya andará caminando bajo la nieve.

Comentarios

Entradas populares